
den 23 februari 2014
Esta reflexión esta basada en un artículo que se publicó en un periódico sueco (Expressen). Donde la escritora respondía a una periodista que, a su vez, exponía la idea de que las mujeres que buscan hacer carrera en la vida laboral desatienden el cuidado de sus hijos. Me sorprendí por esa forma de pensar, siendo Suecia una sociedad moderna y siendo la periodista que hacia ese análisis de tendencia de izquierda.
Es domingo y acabo de leer un artículo que trataba sobre el apocamiento que una mujer ejerce sobre otras mujeres que han logrado posiciones en sus vidas laborales. La escritora del artículo estaba enfadada porque en un artículo de otro periódico se les categorizaba de malas madres a las mujeres que a causa de sus carreras, aparentaban no mantener un buen cuidado a sus hijos. Sentí que tenía que hablar contigo, por eso volví a buscarte para que me escucharas. Sólo quería decirte que para mí interior te veo aun haciendo frente a los que derribarán nuestra puerta a culatazos. Y allí en ese preciso momento descubro que tu estatura era mucho más alta que los pequeños centímetros que la vida te había dado. No sé, fue algo así como un relámpago que me separó para siempre de la imagen que la iglesia y que la sociedad se empeñaba en conservar. Tú lejos estabas de ser esa mujer que agachaba su cabeza y extendía sus manos para ser esposada bajo las condiciones que la cultura te permitía. No, no fueron estas palabras las que sentí dentro de mí cuando te vi serena y segura de tus respuestas hablándoles a los militares que buscaban a tu marido desaparecido. Yo sentí en ese momento que no había otra mujer más grande en la tierra que tu hermosa figura puesta enfrente de nosotros, tus indefensos hijos teníamos un escudo en ti. Qué lejos estaba yo de saberlo todo esto que ahora te cuento, pero cuánto no me ha servido haber percibido que, mucho más allá de los roles sociales existía también tú elección propia.
Años después trataba yo de conjugar mis sentimientos, cuando por primera vez me enamoraba y sentía en mí ser que quería abrazar todo el mundo que mis quince años podían abarcar. La pobreza y el destierro nos invadían los cuerpos pero nos fortalecía por dentro. Con mayor ímpetu nos aferrábamos a las causas de una sociedad mejor y de que en ese proyecto íbamos por igual, lejos de las etiquetas impuestas por la religión. Cuántas veces no escuchamos al pastor de la iglesia desde su púlpito y sermón dirigirse en directo a las ideas que tú empujabas, explicando que tú en calidad de mujer debías acatar y sumirte a las decisiones del patriarcado. Mientras tú decías: las desigualdades sociales y de género no eran impuestas por Dios sino por el hombre. Lo reconozco también que era difícil ser consecuente con tu idea de sociedad cuando todo el mundo ejercía lo contrario. No te imaginas las veces que fui tratado de menos hombre porque no apoyaba la etiqueta que me anteponía sobre mi hermana y su género. Pero sentí que tenías razón, porque en mí ser estaba esa imagen tuya al rojo vivo, cuando te anteponías a la bala y a la fuerza bruta de esos militares rompiendo nuestra calma de hogar. Era la evidencia palpable de que no pertenecías el género débil. Tú me habías dado la convicción futura de que la sociedad reinada por el hombre no era compatible con todo ese poder que tu palabra y tus hechos marcaban dentro de mí.
Releo el artículo en sueco y vuelvo a encontrar el argumento contra el que tú luchabas, en ese entonces platicado por pastores, varones, políticos y hombres en general que se sentían agredidos por tu posición. No tenías silencio ante la injusticia, y desde ya querías cambiar el mundo en el que vivías porque también tenías derechos. Son aun esos mismos argumentos que un cura aplicaba sobre su congregación diciendo que la mujer tenía su lugar en el hogar y no fuera de él. Que tu labor era cuidar de nosotros y velar porque tuviésemos una educación cristiana. Cuántas veces asta en tu propia cercanía sufriste las agresiones y denigraciones por pensar que éramos y debíamos ser iguales.
¿Sabes? Gracias a ti aprendí a leer, gracias a ti aprendí a cocinar, a cocer mi propia ropa, a sorprender a mis hijos zurciéndoles sus pantalones rotos. Gracias a ti aprendí a cobrar por mi trabajo y a no echarme atrás enfrente a la injusticia. Si no hubiese sido por tu ejemplo quizás aún estaría sólo en esta sociedad buscando una compañera del siglo pasado. Gracias a tu ejemplo aprendí también que para llegar más allá de mis narices tenía que meterlas en los libros y mis argumentos afilarlos al pie del entendimiento. Gracias a tu forma de ser entiendo también cuántas cosas no me faltan para lograr ser consecuente con mis ideas. No olvidé nunca tu frase favorita: el flojo trabaja siempre dos veces.
Y si soy flojo lo soy a sabiendas de que tendré que pagar doble por mi testarudez. Voy ahora a llamar a mi hija para decirle cuánto la amo y abrazaré a mi compañera una vez extra, para en su oído susurrarle mi agradecimiento por todas esas pequeñas cosas que construyen nuestra vida común.
[el artículo del diario Expressen: https://www.expressen.se/gt/kronikorer/frida-boisen/jag-ar-en-kvinna-som-ska-ta-mig-i-roven/]