Ramon-Cho (2025-12-17)
I
Después de tanta batalla,
de nombres bajo la tierra,
el pueblo abre otra vez guerra
contra su propia muralla.
La historia no se detalla,
se vende como ocasión;
quien sirvió a la represión
vuelve con rostro de orden,
y el dolor cambia de borde
sin pedir explicación.
II
La derecha cuida el cerco
de sus herencias y pactos,
disfraza de nuevos actos
el mismo mandato terco.
Nada ofrece, y sin embargo
recibe fe y obediencia;
no es olvido, es la inconsciencia
hecha costumbre y reflejo,
cuando el pobre ve en el viejo
verdugo su permanencia.
III
Duele el hermano caído
no por bala, sino engaño,
por creer que un mismo daño
puede ser redimido.
La esperanza se ha perdido
no por falta de razón,
sino porque el corazón
aprendió a votar con miedo;
cuando el futuro es un credo
dictado por la traición.
IV
Algo no está bien, lo siento
en la voz que ya no exige,
en la historia que se elige
como simple procedimiento.
Este es el desconcierto lento:
memoria sin dirección,
pueblo sin interrogación,
justicia vuelta consigna.
Si el verdugo se resigna
a ser futuro de nación
Recuento:
Estas décimas nacen del día después, pero no de la urgencia. Surgen de una vergüenza silenciosa: la que aparece cuando una sociedad confirma que su memoria ya no opera como límite moral. La elección democrática de un presidente con vínculos directos con la dictadura no es aquí un dato político, sino un síntoma más profundo: la normalización de una violencia que ya no necesita imponerse, porque ha sido interiorizada.
El poema no acusa; constata. Observa cómo la historia se convierte en mercancía retórica, cómo el verdugo retorna bajo el nombre de orden y cómo el miedo aprende a votar cuando el futuro deja de ser un proyecto común. No se trata de olvido, sino de inconsciencia convertida en costumbre; no de ignorancia, sino de una fe administrada en la continuidad de lo conocido.
Estas décimas no pretenden educar ni corregir, porque saben que la conciencia no se impone. Son, más bien, un acto de resistencia mínima: nombrar lo que duele cuando el lenguaje público se vacía, y recordar que no toda elección es ética solo por haber sido democrática. En ese gesto sobrio y contenido, el poema sostiene una pregunta incómoda que queda abierta: qué ocurre con una nación cuando el humanismo deja de ser un horizonte compartido.
Mon-Cho
